Gustavo Adolfo Bécquer, fue un hombre de múltiples
contradicciones. Sus escritos reflejan el esfuerzo por encontrar, a través de
la palabra, la síntesis de un universo dividido entre el sueño y la razón.
En contacto permanente con el mundo de la pintura y gran
conocedor de la música, este sevillano concibe todas las bellas artes como
manifestaciones de un único sentimiento entusiasta. De ahí la suavidad y
universalidad de composiciones literarias tales como las Rimas.
Gustavo
Adolfo, que nació en Sevilla un 17 de febrero de 1836, fruto del matrimonio
entre José María Domínguez Bécquer y Joaquina Mª Bastida, no adopta estas
dicotomías de forma artificial, como muchos otros poetas del momento. Sus dudas
serán siempre auténticas y a través de la palabra tratará de lograr, a veces
sin éxito, la síntesis de todos esos contrarios. La primera confrontación
importante tiene lugar cuando Bécquer, gracias a una aspiración compartida con
sus amigos de infancia, Narciso Campillo y Julio Nombela, decide marchar a
Madrid en 1854 en busca de fortuna literaria.
Para
comprender el impacto que supuso su llegada a la corte debemos imaginarnos una
Sevilla luminosa, cargada de olores especiados y revestida de mil colores. Una
Sevilla muy propicia para que las inquietudes artísticas de un joven como
Bécquer encuentren inspiración constante a su alrededor. Una Sevilla en perenne
estado de fiesta:
"El panorama que ofrece el
real de la feria desde la puerta de San Fernando es imposible describirlo con
palabras y apenas el lápiz podría reproducir en conjunto. Hay una riqueza tal
de luz, de color y de líneas (...) Figuraos al través de la gasa de oro que
finge el polvo su llanura tendida y verde como la esmeralda, el cielo azul y
brillante, el aire como inflamado por los rayos de un sol de fuego que todo lo
rodea, lo colora y lo enciende. Por un lado se ven las blancas azoteas de
Sevilla, los campanarios de sus iglesias, los moriscos miradores, la verdura de
los jardines que rebosa por cima de las tapias, los torreones árabes y romanos
de los muros (...)"
La muerte de sus padres (José Domínguez Bécquer en 1841 y
Joaquina Bastida en 1847) se verá compensada con el cariño que recibe por parte
del resto de la familia, especialmente de su madrina Manuela Monehay Moreno,
así como por la constante actividad de Bécquer ya sea en la pintura, la
escritura o la música. Aquellos que rodearon al poeta y lo conocieron de forma
más íntima, como por ejemplo Ramón Rodríguez Correa o Narciso Campillo, señalan
en sus testimonios tras la muerte del escritor cómo éste destacaba en el campo
del dibujo y la música. En este sentido, la infancia del poeta es muy
importante porque sentará las bases de lo que serán más tarde sus escritos.
Ya se ha comentado como Gustavo Adolfo está en contacto
permanente con el mundo de la pintura, gracias al número de pintores que hay en
la familia (su padre, su hermano, su tío). Basta con echar un vistazo a los
dibujos que aparecen en el Libro de cuentas que el joven Bécquer usa
como lienzo, para comprender que el desarrollo de su vocación literaria era una
más de las habilidades con las que nuestro poeta pudo alcanzar la gloria. Esta
cualidad innata para el mundo de la ilustración tendrá su repercusión en el
lenguaje becqueriano de las leyendas y de algunos artículos periodísticos
dedicados a la crítica de arte, especialmente con el amplio y preciso uso de
adjetivos sensoriales.
Bécquer tenía cierta fineza de oído así como bastante
pericia a la hora de poner sus manos en un piano o una guitarra. De hecho, es
curioso que sean precisamente estos dos instrumentos los que aparezcan
vinculados a él, puesto que muy bien podrían reflejar de forma simbólica las
dos corrientes musicales que más inspiraron a Bécquer: la música clásica
(piano) y la música popular andaluza (guitarra). Desde la juventud del
sevillano, los cantares y las coplas del pueblo estarán presentes en su obra,
si bien, será gracias a su contacto en Madrid con Augusto Ferrán cuando su
preocupación por lo popular tomará tintes más ideológicos, de preocupación
social por el pueblo y sus manifestaciones.
Bécquer
siempre tuvo claro el camino poético que debía seguir, y para ello recaba toda
la información necesaria desde muy joven, interesándose por la literatura
europea que le llegó, entre otras vías, a través de las enseñanzas de Lista.
Bécquer trata de insertarse en la línea de los poetas del sentimiento como
Garcilaso, Herrera y Rioja, que crearon un lenguaje propio para la expresión
del amor, pero para ello necesita nuevos modelos, como Lamartine, Musset,
Byron...
De este
modo, puede decirse que el sevillano destaca de forma precoz en su concepción
de la literatura, pues ya es consciente de por dónde quiere que se encamine su
escritura, así como también desde muy joven realiza ejercicios de creación
literaria terminando o empezando obras incompletas, componiendo poemas o
planificando futuras piezas teatrales. Todas las preocupaciones sobre el amor,
la muerte o la inspiración literaria que una y otra vez encontramos en los textos
de Bécquer ya se intuyen en unas reflexiones que el poeta hace en el libro de
cuentas de su padre. Del mismo modo, especifica cómo para el artista todas las
bellas artes son simples manifestaciones de un único sentimiento:
"El ángel de las ilusiones
nos conduce sobre sus doradas alas a un mundo desconocido, a esa región que
tanto halaga nuestros sueños de juventud (...) Entre la niñez y los primeros
sentimientos del amor hay una edad incomprensible para nosotros (...) Qué edad
más hermosa que la juventud, que esa edad en que el hombre en el estado casi de
una inocencia envidiable (...) La poesía, la música, la pintura, las bellas
artes, todo lo más hermoso y más perfecto es hijo de este entusiasmo."
Gustavo Adolfo Bécquer
1836-1870.
Poeta español. Una de las figuras más importantes del romanticismo.
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Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
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El alma que hablar puede con los ojos, también
puede besar con la mirada.
qué te diera por un beso.
qué te diera por un beso.
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